• 222 014 MI VIDA – A CURAR CUERPOS Y ALMAS Tercera parte UN ALMA EN CRISTO (1989) Libro 1

  • 2024/09/21
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222 014 MI VIDA – A CURAR CUERPOS Y ALMAS Tercera parte UN ALMA EN CRISTO (1989) Libro 1

  • サマリー

  • Un alma en Cristo https://unalmaencristo.my.canva.site/redessociales

    🎧 Audio 222

    📘 Libro I Un alma en Cristo

    Capítulo II. MI VIDA

    A curar cuerpos y almas (III)

    Desde aquel momento ya San Pancracio desapareció y la voz decía siempre ser Cristo. No puedo recordar tantas y tantas conversaciones que los dos teníamos. Era siempre un diálogo donde el amor se manifestaba claramente, llenándome el alma, descubriendo un amor nuevo y maravilloso. Nadie me amaba tanto, ni nunca me habían dicho palabras tan hermosas. Poco a poco aquel diálogo fue para mí tan necesario como el aire para respirar. Yo quería ser como mi Amado quería que fuera. Por eso fui cambiando mis maneras: vestía de modo sencillo, hasta el punto que me llamaron la atención en mi casa. Fue un cambio tan radical...

    Recuerdo un día en que yo le dije a la voz: «Señor, te imagino sentado majestuosamente y, delante de ti, una cola de muertos esperando ser juzgados. Yo seré la última. Todos llevarán sus gracias y todo lo bueno que hayan hecho en grandes cestos para ofrecértelos. Todos menos yo, que iré con las manos vacías. Y te diré, enseñándote las manos: «Padre, nada por aquí, nada por ahí».

    Él me contestó:

    «𝗛𝗶𝗷𝗮 𝗺í𝗮, 𝗹𝗼𝘀 ú𝗹𝘁𝗶𝗺𝗼𝘀 𝘀𝗲𝗿á𝗻 𝗹𝗼𝘀 𝗽𝗿𝗶𝗺𝗲𝗿𝗼𝘀».

    Otro día, yo le decía: «Padre, te imagino en medio de un gran rebaño. A tu alrededor ovejas gordas y grandes, serias y respetuosas. Todas te seguirán con paso rápido y seguro. Pero yo soy la oveja más pequeña, la que se acerca al precipicio, la que corre queriendo alcanzar al resto del rebaño y se cae una y otra vez».
    Y Él me dijo:

    «¿𝗦𝗮𝗯𝗲𝘀 𝗾𝘂é 𝗵𝗮𝗴𝗼 𝗬𝗼 𝗰𝗼𝗻 𝗲𝘀𝗮𝘀 𝗼𝘃𝗲𝗷𝗮𝘀 𝗾𝘂𝗲 𝘀𝗲 𝗰𝗮𝗲𝗻, 𝗾𝘂𝗲 𝘀𝗲 𝗮𝗰𝗲𝗿𝗰𝗮𝗻 𝗮𝗹 𝗽𝗿𝗲𝗰𝗶𝗽𝗶𝗰𝗶𝗼 𝘆 𝗾𝘂𝗲 𝘀𝗲 𝗽𝗶𝗲𝗿𝗱𝗲𝗻? 𝗗𝗲𝗷𝗼 𝗲𝗹 𝗿𝗲𝗯𝗮ñ𝗼, 𝗹𝗮𝘀 𝗯𝘂𝘀𝗰𝗼 𝘆 𝗹𝗮𝘀 𝗮𝗰𝗲𝗿𝗰𝗼 𝗮 𝗺𝗶 𝗖𝗼𝗿𝗮𝘇ó𝗻».

    Un día la voz me dijo que debía repartir imágenes que le representaran como yo le había visto, que debía estudiar y dejar la tienda.
    Yo me preocupaba acerca de cómo encontrar un rostro que se pareciera al que yo había visto, y de cómo dar con los libros que debía leer. Fui a clases de adultos y no tuve problema para entrar.
    La voz me dijo:
    «No has de buscar nada. Todo vendrá a ti».
    Efectivamente, los libros venían a mí sin pedirlos. Aquel verano vino mi hermana de Galicia. Ella no sabía nada de esto; no le había dicho nada pues había tenido mucho trabajo. El regalo que le trajo a mi madre era una lámina del Sagrado Corazón, con el rostro igual a como yo lo había visto. Al verlo, me eché a llorar; no podía creerlo. ¡Rogué a mi hermana me mandara otro para mí! Así lo hizo. Cuando lo tuve, lo puse en mi habitación. No en la cabecera, sino en una pared al lado de la cama, de forma que desde ella pudiera contemplarlo. Me pasaba horas contemplando la imagen. Desde el principio noté que la imagen tenía «algo». Me explicaré. A veces su rostro era muy duro –como manifestando un gran enfado–; aparecía como un rostro distinto: ya sea con el pelo más largo, más claro o rizado, con la cara más cuadrada. Es decir, siendo el mismo, era diferente. A veces lo veía en blanco y negro; otras veces desaparecía el marco. Constantemente llamaba mi atención. Un día una amiga mía que no se encontraba bien, me pidió le llevara el cuadro. Tuve que hacer un pequeño sacrificio para ir. Al volver a mi casa, mi hijo me explicaba cosas del colegio. Nos reíamos y él empezó a correr detrás de mí. Entramos los dos en mi habitación. Se paró en seco y, con cara de sorpresa, me dijo: «Mamá, hay mucho olor a incienso en esta habitación».

    𝑮𝒓𝒖𝒑𝒐 𝑴𝒂𝒓í𝒂 𝑨𝒖𝒙𝒊𝒍𝒊𝒂𝒅𝒐𝒓𝒂 (1989). 𝑼𝒏 𝒂𝒍𝒎𝒂 𝒆𝒏 𝑪𝒓𝒊𝒔𝒕𝒐. 𝑳𝒊𝒃𝒓𝒐 𝑰

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あらすじ・解説

Un alma en Cristo https://unalmaencristo.my.canva.site/redessociales

🎧 Audio 222

📘 Libro I Un alma en Cristo

Capítulo II. MI VIDA

A curar cuerpos y almas (III)

Desde aquel momento ya San Pancracio desapareció y la voz decía siempre ser Cristo. No puedo recordar tantas y tantas conversaciones que los dos teníamos. Era siempre un diálogo donde el amor se manifestaba claramente, llenándome el alma, descubriendo un amor nuevo y maravilloso. Nadie me amaba tanto, ni nunca me habían dicho palabras tan hermosas. Poco a poco aquel diálogo fue para mí tan necesario como el aire para respirar. Yo quería ser como mi Amado quería que fuera. Por eso fui cambiando mis maneras: vestía de modo sencillo, hasta el punto que me llamaron la atención en mi casa. Fue un cambio tan radical...

Recuerdo un día en que yo le dije a la voz: «Señor, te imagino sentado majestuosamente y, delante de ti, una cola de muertos esperando ser juzgados. Yo seré la última. Todos llevarán sus gracias y todo lo bueno que hayan hecho en grandes cestos para ofrecértelos. Todos menos yo, que iré con las manos vacías. Y te diré, enseñándote las manos: «Padre, nada por aquí, nada por ahí».

Él me contestó:

«𝗛𝗶𝗷𝗮 𝗺í𝗮, 𝗹𝗼𝘀 ú𝗹𝘁𝗶𝗺𝗼𝘀 𝘀𝗲𝗿á𝗻 𝗹𝗼𝘀 𝗽𝗿𝗶𝗺𝗲𝗿𝗼𝘀».

Otro día, yo le decía: «Padre, te imagino en medio de un gran rebaño. A tu alrededor ovejas gordas y grandes, serias y respetuosas. Todas te seguirán con paso rápido y seguro. Pero yo soy la oveja más pequeña, la que se acerca al precipicio, la que corre queriendo alcanzar al resto del rebaño y se cae una y otra vez».
Y Él me dijo:

«¿𝗦𝗮𝗯𝗲𝘀 𝗾𝘂é 𝗵𝗮𝗴𝗼 𝗬𝗼 𝗰𝗼𝗻 𝗲𝘀𝗮𝘀 𝗼𝘃𝗲𝗷𝗮𝘀 𝗾𝘂𝗲 𝘀𝗲 𝗰𝗮𝗲𝗻, 𝗾𝘂𝗲 𝘀𝗲 𝗮𝗰𝗲𝗿𝗰𝗮𝗻 𝗮𝗹 𝗽𝗿𝗲𝗰𝗶𝗽𝗶𝗰𝗶𝗼 𝘆 𝗾𝘂𝗲 𝘀𝗲 𝗽𝗶𝗲𝗿𝗱𝗲𝗻? 𝗗𝗲𝗷𝗼 𝗲𝗹 𝗿𝗲𝗯𝗮ñ𝗼, 𝗹𝗮𝘀 𝗯𝘂𝘀𝗰𝗼 𝘆 𝗹𝗮𝘀 𝗮𝗰𝗲𝗿𝗰𝗼 𝗮 𝗺𝗶 𝗖𝗼𝗿𝗮𝘇ó𝗻».

Un día la voz me dijo que debía repartir imágenes que le representaran como yo le había visto, que debía estudiar y dejar la tienda.
Yo me preocupaba acerca de cómo encontrar un rostro que se pareciera al que yo había visto, y de cómo dar con los libros que debía leer. Fui a clases de adultos y no tuve problema para entrar.
La voz me dijo:
«No has de buscar nada. Todo vendrá a ti».
Efectivamente, los libros venían a mí sin pedirlos. Aquel verano vino mi hermana de Galicia. Ella no sabía nada de esto; no le había dicho nada pues había tenido mucho trabajo. El regalo que le trajo a mi madre era una lámina del Sagrado Corazón, con el rostro igual a como yo lo había visto. Al verlo, me eché a llorar; no podía creerlo. ¡Rogué a mi hermana me mandara otro para mí! Así lo hizo. Cuando lo tuve, lo puse en mi habitación. No en la cabecera, sino en una pared al lado de la cama, de forma que desde ella pudiera contemplarlo. Me pasaba horas contemplando la imagen. Desde el principio noté que la imagen tenía «algo». Me explicaré. A veces su rostro era muy duro –como manifestando un gran enfado–; aparecía como un rostro distinto: ya sea con el pelo más largo, más claro o rizado, con la cara más cuadrada. Es decir, siendo el mismo, era diferente. A veces lo veía en blanco y negro; otras veces desaparecía el marco. Constantemente llamaba mi atención. Un día una amiga mía que no se encontraba bien, me pidió le llevara el cuadro. Tuve que hacer un pequeño sacrificio para ir. Al volver a mi casa, mi hijo me explicaba cosas del colegio. Nos reíamos y él empezó a correr detrás de mí. Entramos los dos en mi habitación. Se paró en seco y, con cara de sorpresa, me dijo: «Mamá, hay mucho olor a incienso en esta habitación».

𝑮𝒓𝒖𝒑𝒐 𝑴𝒂𝒓í𝒂 𝑨𝒖𝒙𝒊𝒍𝒊𝒂𝒅𝒐𝒓𝒂 (1989). 𝑼𝒏 𝒂𝒍𝒎𝒂 𝒆𝒏 𝑪𝒓𝒊𝒔𝒕𝒐. 𝑳𝒊𝒃𝒓𝒐 𝑰

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