エピソード

  • 32 Domingo B La ofrenda de la viuda
    2024/11/07

    La ofrenda de la viuda

    Hoy las lecturas de la Misa nos ofrecen dos viudas. En la primera lectura la viuda de Elías y en el evangelio la viuda del templo. Las viudas tenían una vida difícil porque no tenían un marido que las cuidase, y su vida era más dura si no tenían hijos. Ambas viudas eran generosas, pues a pesar de ser pobres, dieron todo lo que tenían. Recibieron más de lo que dieron. La viuda de Elías recibió comida para todo el año. Jesús alabó a la viuda del templo; la canonizó en el momento. Seguramente se encontró una fortuna cuando volvió a su casa.

    Jesús estaba con sus discípulos sentados en frente del tesoro del templo, mirando como la gente echaba en él dinero, algunos de ellos grandes cantidades. Era todo un espectáculo, ver como los ricos traían bolsas llenas de monedas de oro y plata, y las dejaban caer dentro del tesoro, resonando con un ruido metálico. La hucha del tesoro estaba situada en un lugar central, para animar a la gente a ser generosos. Nos gusta aparentar, que la gente admire nuestras buenas obras. Nadie se fijó en una pobre viuda vestida de negro, que echó dos monedas de cobre, sin hacer ruido. Jesús se dio cuenta de su generosidad, porque sólo él puede ver dentro de nuestros corazones. Cuando ya se iba sin atraer atención hacia ella misma, Jesús la señaló a sus discípulos, y les dio una lección gráfica, mencionando su obra heroica.

    Los ricos daban a Dios de lo que les sobraba; la pobre viuda dio todo lo que tenía. A Jesús le movió su generosidad y dijo a sus discípulos que había puesto más que todos ellos juntos. Los ricos tuvieron su recompensa en la tierra. A esta viuda le estaba esperando en el cielo. San Josemaría dice: “¿No has visto las lumbres de la mirada de Jesús cuando la pobre viuda deja en el templo su pequeña limosna? Dale tú lo que puedas dar: no está el mérito en lo poco o en lo mucho, sino en la voluntad con que lo des.”

    Nos ganamos el corazón de Jesús con nuestra generosidad. Hay un dicho que dice que a Dios se le gana con la última moneda. El reino de los cielos no tiene precio, pero al mismo tiempo cuesta todo lo que tenemos hasta el último centavo. Si la botella de vino no está llena, el aire convierte el precioso líquido en vinagre. Venimos a este mundo desnudos, sin nada, y nos vamos de la misma manera. No puedes llevarte nada, a no ser que se lo des a Dios. Lo que le des, lo encontrarás en la otra vida; si te lo quedas, lo pierdes.

    Dios siempre pide primero. Nos extraña, pues él tiene todo lo que nos hace falta, y él debería ser el que nos ofreciera sus gracias, en vez de que sea él el que nos pida. Dios se ofrece a nosotros, pero antes hay que hacer hueco para que quepa. Cuanto más das, más recibes. La Madre Teresa de Calcuta solía decir: “Tienes que dar hasta que duela. Entonces serás feliz.” No podemos ganar a Dios en generosidad. Una vez un pobre le pidió a Alejandro Magno una limosna. Este dijo que le hicieran señor de cinco ciudades. El pobre respondió que no había pedido tanto. Alejandro contestó: tu pides como eres; yo doy como quien soy. Somos niños pequeños que llevamos en nuestros bolsillos pequeños tesoros: un trozo de vidrio, un botón perdido, un soldadito sin cabeza. Nos cuesta dárselos a Dios cuando nos los pide. No seas tacaño.

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  • 31 Domingo B Amar al prójimo
    2024/11/01

    Amar al prójimo

    Somos viajeros, peregrinos en la tierra; venimos de Dios y a él volvemos. Hoy en el evangelio Jesús nos dice cuáles son los dos mandamientos más importantes para alcanzar el reino de los cielos: amar a Dios por encima de todo y al prójimo como nos amamos a nosotros mismos. Son un resumen de nuestra fe. Hoy podemos examinarnos como los estamos siguiendo. No son fáciles de cumplir. Normalmente nos amamos a nosotros primero, amamos a los demás por lo que pueden hacer por nosotros, y amamos a Dios por si existe. Deberíamos volver las cosas del revés como un calcetín. Una vez ponemos las cosas del derecho, sabemos que estamos en el camino adecuado para volver a la casa del Padre.

    ¿Es posible amar al prójimo como lo hacemos a nosotros mismos? Por supuesto que es posible; Dios no puede pedirnos algo imposible. Es ese amor generoso, desinteresado, que todo el mundo admira. Es el amor de una madre que ama a su hijo más que a ella misma. Hay otros amores similares: el de un soldado que da la vida por su patria, un mártir que muere por Cristo, o uno que pone en peligro su vida por salvar a otro. San Maximiliano Kolbe se cambió por otro hombre en un campo de concentración nazi, que estaba condenado a muerte. Una niña le contó su secreto a su tío cuando se acababa de ordenar sacerdote: te amo más que a mí misma. Hay gente que arriesga su vida para salvar su propiedad, sus animales, las cosas que aman.

    Ambos mandamientos están relacionados. Cuanto más amamos a Dios, más amamos a los demás. Dios nos empuja hacia afuera. Se puede decir que amamos a los demás con el amor que Dios nos tiene. El amor de Dios nos ayuda a ver a los demás como hermanos, como sangre nuestra. Funciona en los dos sentidos: cuanto más amamos a los demás, más amamos a Dios. Son dos caras de la misma moneda. Tenemos los ejemplos de los santos, que nos dan lecciones de amor al prójimo.

    Nosce te ipsum, conócete a ti mismo. Era un aforismo inscrito en el templo de Apolo en Delfos. Debería haber otro que dice: Ame te ipsum: ámate a ti mismo. Vemos que en nuestra sociedad hay mucha gente que se odia a si misma. No les gusta lo que la gente ve de ellos y les gustaría ser diferentes. Los medios sociales no ayudan; promueven la envidia, al presentar una imagen perfecta e idealizada de los demás. ¿Cómo puedes amar al prójimo si no te gustas? ¿Cómo podemos aprender a amarnos a nosotros mismos? Muy sencillo: mira a Dios que es Amor y que nos quiere más que nadie. Nos ha creado como somos y nos quiere así. Del mismo modo que un bebé, se vuelve consciente de sí mismo al experimentar el amor de su madre, lo mismo nos ocurre a nosotros al descubrir el amor de nuestro Padre Dios.

    Deberíamos descubrir el amor que Dios tiene por nosotros. Cuando lo reconocemos, es más fácil darnos a los demás. Dicen que amar significa querer lo mejor para el otro. Nos olvidamos de que hemos sido creados para amar. Somos felices cuando amamos a los demás como quieren ser amados. ¿Cómo experimentamos el amor de Dios si no hace lo que le pedimos o cuando nos hace sufrir? San Pablo tiene una expresión maravillosa: “Sabemos que todas las cosas cooperan para el bien de los que aman a Dios.” Cuando amamos a Dios sobre todas las cosas, sabemos que todo lo que nos pasa es lo mejor para nosotros.

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  • Todos los Santos
    2024/10/30

    Todos los Santos

    Una vez al año la Iglesia como buena madre se acuerda de nuestros hermanos que ya han entrado en la eternidad. En el primer día del mes los santos que están en el cielo; en el segundo, las almas del purgatorio. Se dice que hay unos diez mil santos canonizados por la Iglesia. Pero es imposible cuantificar todos los santos del cielo. No tenemos tiempo para canonizar a toda persona que entra en el paraíso: son millones. Los llamamos santos anónimos, que significa sin nombres, aunque para Dios todos tenemos un nombre escondido. Esperemos que un día esa será nuestra fiesta. Hoy es la fiesta más importante en el cielo por el número de santos que celebramos su dies natalis, su nacimiento a la vida eterna.

    El recuerdo de los santos nos ayuda a levantar nuestros ojos hacia el cielo. A ellos no les afecta, pues ya están inmersos en Dios y no les hacen falta nuestras oraciones. Nosotros sí que necesitamos su ejemplo, su modelo de vida, inspiración e intercesión. No se trata de copiarlos, porque cada persona es única, sino para convencernos de que podemos ir al cielo, de que Dios nos quiere consigo y de que tenemos las gracias necesarias para conseguirlo.

    ¿Qué es la santidad? No implica ser perfectos. Significa que cuando morimos, vamos derechos al cielo. Es imposible ser perfectos, pero podemos llegar al paraíso gracias a la ayuda de Dios. Todos tenemos la sensación de que si morimos ahora quizá podamos colarnos en el purgatorio. Entonces, ¿Cómo podemos pretender el cielo? Con la misericordia de Dios; es tan potente que nos puede hacer completamente limpios. Y ahí está para alcanzarla. Hoy la Iglesia nos quiere recordar que hemos sido creados para estar con Dios para siempre. Es bueno recordar la famosa pregunta que se hizo San Ignacio de Loyola, cuando leía las vidas de santos y experimentaba una paz maravillosa en su alma: Si ellos pudieron, ¿Por qué no yo? El demonio nos quiere desanimar y convencernos que es casi imposible llegar al cielo.

    Un día la hermana de Santo Tomás de Aquino le formuló una pregunta difícil, quizá la más importante para nuestra vida, la misma que le hizo el joven rico a Jesús: ¿Qué debemos hacer para llegar al cielo? Santo Tomás, que era un hombre de pocas palabras, siempre preciso en sus explicaciones, respondió con una palabra: Quererlo. Es cuestión de deseo. Dios nos abrirá la puerta si lo queremos de verdad, si la empujamos con nuestra lucha y ambición.

    Santa Josefina Bakhita al final de su vida expresó de una manera bien bonita el deseo que todos tenemos: “Viajo muy despacio, pasito a pasito, porque llevo conmigo dos maletas bien grandes. Una, llena de mis pecados, y la otra, más pesada, con los méritos de Jesucristo. Cuando llegue al cielo, abriré las dos maletas y le diré a Dios: Padre eterno, ahora me puedes juzgar. Y le diré a San Pedro: cierra la puerta, porque aquí me quedo.”

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  • 30 Domingo B Bartimeo
    2024/10/25

    Bartimeo

    Hoy nos encontramos con Bartimeo, el hijo de Timeo, un ciego a las afueras de Jericó. Dicen que Jericó es la ciudad más antigua todavía en funciones. Timeo era bien conocido entre los primeros cristianos. Su hijo pedía dinero a un lado del camino. Nosotros somos como Bartimeo, ciegos a la vera del camino de la vida, esperando que pase Jesús y nos abra nuestros ojos a las cosas espirituales. Oyó que salía una multitud de la ciudad y preguntó qué pasaba. También nosotros oímos el paso de Jesús entre la cacofonía de ruidos que nos envuelven. Cuando le dijeron que era Jesús el profeta, comenzó a clamar con voz potente: “¡Jesús, hijo de David, ten misericordia de mí!”

    Se parece a la oración que es tradicional en las iglesias cristianas del este: Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, que soy un pecador. Es un resumen de lo que todos debemos pedir. En la Misa repetimos: Señor ten piedad, Cristo ten piedad. Bartimeo gritaba tan fuerte que la gente comenzó a decirle que se callara, pues no podían oír lo que decía Jesús. Sin embargo, él aumentó el volumen de su voz, pues sabía que esa era una oportunidad única en su vida. Nosotros también debemos repetir esa oración con perseverancia, gritando con más fuerza, contra los sonidos que nos envuelven, contra la gente que intenta silenciarnos. Nuestra persistencia es una buena señal que Jesús nos escucha.

    Al final con tanto griterío, Jesús se dio cuenta de lo que pasaba y llamó al ciego. Este saltó lleno de esperanza, dejando su manto en el suelo, esa capa que le abrigaba en las noches de invierno. También nosotros deberíamos saltar cuando escuchamos que Jesús nos llama por nuestro nombre: “¡Ánimo!, levántate, te llama.” Y también deberíamos dejar nuestro manto detrás, esas cosas a las que estamos apegados, abandonando nuestra vida pasada. No es fácil quemar las naves, confiar en Jesús que sabe muy bien lo que nos hace falta.

    Jesús le hace a Bartimeo una extraña pregunta: “¿Qué quieres que te haga?” Sabía que era ciego y que quería recuperar su vista. Dios sabe lo que necesitamos, pero quiere que se lo pidamos. Como los padres que saben lo que quieren sus hijos, pero esperan a que se lo pidan. ¿Sabemos realmente lo que nos hace falta? La mayoría de las veces pedimos cosas que no nos hacen falta. Queremos mejores trabajos, más dinero, salud, honores, fama. Lo que realmente buscamos es la felicidad. Dios siempre sabe lo que necesitamos. Deberíamos dejarlo en sus manos y decirle: Señor, dame lo que me haga falta.

    Bartimeo, abriendo sus ojos como platos, mirando hacia el horizonte, le pidió a Jesús lo que todos deberíamos pedir: ¡Señor que vea! Eso es lo que pidió San Josemaría por diez años, cuando sintió que Dios le pedía algo que no sabía lo que era. Así se hizo muy dócil a la voluntad de Dios. También a nosotros nos gustaría ver con los ojos de Dios, contemplar ese maravilloso mundo espiritual, escondido a nuestros ojos de carne. Lo primero que Bartimeo vio, cuando recuperó su vista, fue la faz de Jesús: el rostro maravilloso del Hijo del Hombre, la más perfecta imagen de Dios. El evangelio dice que Bartimeo le siguió por el camino. Una vez descubres la faz de Dios, no le abandonas. Señor, déjanos ver tu rostro. Eso nos basta.

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  • 29 Domingo B Los hijos de Zebedeo
    2024/10/18

    Los hijos de Zebedeo

    Las lecturas de los últimos domingos proceden del capítulo 10 del evangelio de San Marcos. Vemos a Jesús caminando hacia Jerusalén, rodeado de sus discípulos, hablando con ellos, aprovechando el camino para formarles. Jesús también camina con cada uno de nosotros y deberíamos reconocer su presencia. Le acompañamos hacia la Jerusalén celestial. En un momento en que se sentaron para recuperar fuerzas, los dos hijos de Zebedeo aprovecharon para pedir algo importante. En el evangelio de San Mateo es su madre, Salomé, la que pide. Jaime y Juan, que Jesús llama Boanerges, hijos del trueno, eran con Pedro sus tres apóstoles preferidos. Tenían un lugar especial en su corazón. También nosotros podemos ser parte de ese grupo de amigos íntimos de Jesús.

    Pidieron los dos mejores puestos en su reino. Eso es lo que significa sentarse a la diestra o siniestra de un rey. De repente todos se callaron, escuchando con las orejas tiesas, para ver lo que Jesús tenía que decir. Gracias a la predilección de Jesús, se podían llevar esos dos sitios. No hacía mucho que habían discutido entre ellos quien sería el mayor en su reino. A todos nos gusta ser famosos. Pensamos que somos mejores de lo que realmente somos, y nos sentimos infravalorados. Es asombroso lo que la gente hace para ser admirados, conseguir más clics, o aparecer en las noticias: seguir una dieta para perder kilos, ir al gimnasio para estar en forma, cirugía plástica, tatús, piercing, cambiar el color del pelo. ¿Qué hacemos para ser notados por Jesús?

    Jesús les responde con una pregunta: ¿Podéis beber el cáliz que yo bebo? ¿Podéis seguirme en mi camino a la cruz? Ellos no esperaban lo que iba a ocurrir a Jesús. Pensaban que sería un nuevo líder, que iba a traer honor y gloria a los judíos. Sabemos cómo murió por nosotros y que quiere que le sigamos llevando cada uno nuestra cruz. Al final, a su derecha e izquierda en el Calvario, le acompañaron dos ladrones. Por nuestros pecados deberíamos estar allí. Esperemos ser por lo menos el buen ladrón.

    Contestaron los dos a la vez, levantando la cabeza, los ojos llenos de orgullo: ¡Podemos! A Jesús le gustó su respuesta, su corazón grande, su ambición generosa. Pero quiso bajarlos a la realidad: es mi Padre quien concede estos puestos. Lo mismo nos pasa a nosotros. Pensamos que, si queremos, podemos seguir a Jesús, pero tenemos la experiencia de que solos nos caemos. Pero con él, todo es posible.

    Cuando Jesús negó esos dos puestos principales a los hijos de Zebedeo, los otros diez demostraron su enfado por tratar de conseguirlos. Jesús aprovechó esa oportunidad para darles una lección: el que quiera ser el primero, que sea el último. Ese es el camino del cristiano. No es cuestión de poder o de control, sino de servir y dar nuestras vidas por los demás. Para seguir a Jesús venimos no a ser servidos sino a servir.

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  • 28 Domingo B El joven rico
    2024/10/09

    El joven rico

    Hoy en el evangelio nos encontramos con el joven rico. No sabemos su nombre. Todo lo que sabemos es que era joven, rico y distinguido. Debía ser un chico guapo y apuesto. A todos nos gustaría ser jóvenes, ricos y elegantes. Si somos jóvenes en nuestra vida espiritual correremos hacia Dios. Si somos viejos arrastramos los pies. Se dice que este joven podía haber sido san Marcos, que por tres veces abandonó a Jesús: aquí, en el jardín de los olivos y en el primer viaje apostólico de san Pablo. Nos da esperanza a nosotros que tantas veces hemos dejado a solas a Jesús.

    El joven hizo la pregunta más importante de su vida: ¿Qué debo que hacer para ir al cielo? Es una pregunta que deberíamos hacernos de vez en cuando en nuestra oración: ¿Qué piensas de mí? Imagínate que una mañana cuando te levantas y te miras en el espejo, en vez de contemplar tu cara dormida, ves la faz de Jesús. ¿Qué expresión tiene? ¿Sonríe, pensativo, triste, preocupado, enfadado? Un autor espiritual dice que deberíamos mirar a Jesús cara a cara, a sus ojos, por lo menos una vez al día. La gente hoy en día no quiere hacer esta pregunta. Prefieren preguntar: ¿Qué tengo que hacer para ser rico, famoso, apuesto, popular? Ahora es el momento de preguntarnos cual es el sentido de nuestras vidas, no cuando seamos viejos. Es una pregunta importante porque condiciona nuestra felicidad presente y futura.

    Jesús le respondió: cumple los mandamientos. El chico dijo que ya los cumplía. Era un buen chico. El evangelio dice que entonces Jesús lo miró y lo amó. Cuando miras a Jesús te ves como eres, y experimentas su amor. Jesús vio que estaba bien dispuesto, que tenía un buen corazón y le pidió todo: vende todo lo que tienes y sígueme. Así es como Jesús nos ama: pidiéndonos algo. Cuanto más nos quiere, más nos pide. Es una pregunta peligrosa: ¿Qué quieres de mí? Le ofrecemos un cheque en blanco. Nos da miedo porque puede tomarlo. Es un miedo infundado. Lo que quiere Dios de nosotros es lo mejor para nuestra vida.

    Se fue triste porque tenía muchas posesiones. La tristeza de no ser generosos con Dios. Lo contrario de la alegría de dar. Jesús dio en el clavo. Él sabe lo que nos hace falta. Por eso muchas veces no queremos rezar para no saberlo. Hay siempre algo a lo que estamos apegados, un obstáculo para nuestra felicidad, algo que nos separa de Dios. ¿Qué esperamos para dárselo? Hoy en día los jóvenes no quieren hacer esta pregunta. Tienen miedo a darse. ¿Por qué? Demasiadas opciones para elegir, miedo de cambiar de opinión, búsqueda de una señal clara, o demasiada presión para conseguir el éxito. No es fácil competir con la gente perfecta que aparecen en los medios sociales.

    Me imagino al joven rico años más tarde, ya mayor, sentado en la baranda de su granja, mirando a sus posesiones, mientras el cristianismo había llegado a los confines del mundo conocido. Pensaba que podía haber sido uno de los primeros cristianos. Jesús en persona le pidió su vida, y la cambió por unas hectáreas de tierra.

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  • 27 Domingo B Matrimonio
    2024/10/05

    Matrimonio

    En la primera lectura de hoy leemos como al principio Dios creó Adán el primer ser humano. No necesitaba nadie más porque estaba con Dios. Pero Dios pensó que necesitaría una compañera para comenzar a generar otros humanos. Trasformando Adán, creó a Eva y así comenzó la pareja. En el libro del Genesis Dios nos recuerda que en el matrimonio hombre y mujer se hacen una sola carne. Desde el principio hemos sido creados para hacernos uno con el otro y traer hijos al mundo. El amor humano es maravilloso, pero no podemos olvidar que es un reflejo del amor divino, el único amor definitivo para el que hemos sido creados, para experimentarlo en la tierra y para siempre en el cielo.

    Los esposos se casan para hacerse uno, cuerpo y alma. Es fácil hacerse uno físicamente, pero no lo es espiritualmente. Es el proyecto de toda una vida. Los esposos se entregan el uno a al otro con lo que no se pertenecen a sí mismos. Tienen que pensar en plural y preguntarse: ¿Qué prefiere el otro que haga yo? Los problemas aparecen cuando uno o los dos siguen pensando en singular: ¿Qué puede el otro hacer por mí? El individualismo hoy imperante en nuestra sociedad destruye muchos matrimonios.

    En el evangelio Jesús nos recuerda que el matrimonio dura hasta que la muerte nos separe. Lo que Dios ha unido el hombre no puede romperlo. Cuando uno piensa así, hace todo lo posible para proteger y defender su matrimonio contra cualquier enemigo. La vida moderna presenta muchos problemas contra la unidad de la pareja. Cuando la gente se casa piensa que su amor durará para siempre. Pero cuando las cosas se ponen cuesta arriba cambian de opinión. El matrimonio es indisoluble por dos razones: para los hijos y para los esposos. Los hijos necesitan un nido estable para crecer y desarrollarse. Los esposos necesitan el uno del otro, especialmente cuando se hacen mayores.

    Hoy en día nos hemos olvidado de que el sexo es para generar hijos. Ponemos el énfasis en el bien de los esposos, pero hemos dejado a los hijos detrás, y eso hace que los matrimonios se rompan. Ambos son los fines del matrimonio y están relacionados. Son las dos caras de la moneda. Los hijos enriquecen a la pareja y el amor de los esposos benefician a los hijos.

    La otra cualidad del matrimonio que está muy desprestigiada hoy en día es la fidelidad. Es algo difícil de vivir. Es más fácil ser infiel. La sociedad actual te empuja a ello y rompe matrimonios. Podemos jugar con el fuego, pero antes o después nos quemamos. Vamos a rezar por la fidelidad de los esposos, fundamento de la familia, base de nuestra sociedad.

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  • 26 Domingo B Tentaciones
    2024/09/24

    Tentaciones

    En el evangelio de hoy Jesús nos avisa de lo que nos inclina a pecar, perder el cielo y puede enviarnos a una condenación eterna. Los demonios odian el infierno, el lugar creado para ellos, e intentan con todas sus fuerzas a que los acompañemos. No podemos ser inocentes acerca de perder nuestra alma. No vemos las tentaciones, pero las sentimos. Hacemos lo que no deberíamos hacer y lo sabemos. Son cosas que no nos van bien y perdemos nuestra felicidad.

    No nos gustan las tentaciones, pero en si son indiferentes. Son buenas si vencemos y son malas si caemos en ellas. Jesús se dejó tentar para darnos un ejemplo de cómo luchar contra ellas y vencerlas. Rezamos cada día en el Padre Nuestro que “no nos dejes caer en la tentación.” No le pedimos a Dios que nos evite las tentaciones, sino que no caigamos en las trampas que el demonio coloca constantemente en nuestro camino.

    Si Dios las permite, significa que nos hacen bien, aunque nos cueste creerlo. Comprobamos nuestra virtud y demostramos a Dios que le amamos, poniéndole en primer lugar en nuestra vida. Nos ayudan a madurar, a ser más fuertes, a conocernos mejor, a no confiar en nuestras propias fuerzas, y a fiarnos más en Dios. No es una buena señal si no somos tentados. Significa que estamos perdidos y el demonio no está interesado en nuestra lucha. Los árboles expuestos a los vientos crecen más fuertes. En tiempo de guerra los militares pueden ascender más rápido en sus carreras. Los aviones despegan contra el viento de frente. Crecemos en tiempos de prueba.

    Sabemos que Dios no deja al demonio que nos tiente por encima de nuestras fuerzas. Tenemos siempre las gracias necesarias para resistir las tentaciones y salir vencedores. San Pablo pidió tres veces quitarse de encima un aguijón que se hundía en su carne, y tres veces Dios le contestó: te basta mi gracia. Debemos preguntarnos con sinceridad, que es lo que queremos.

    Hay una historia famosa de Oscar Wilde que andaba muy despacio por la calle. Alguien le preguntó porque lo hacía. Él contestó con una sonrisa: estoy huyendo de la tentación y quiero que me alcance. ¿Qué hacemos cuando un perro intenta mordernos? Correr para subirnos a un árbol. Se cuenta de un león que estaba enfermo e invitó a los otros animales a que fueran a visitarlo en su cueva. La zorra no quiso entrar. Cuando le preguntaron porque no entraba, ella contestó: “veo los animales entrar en la cueva, pero no veo a ninguno salir de ella.” El león había encontrado un buen sistema de conseguir alimento mientras estaba enfermo. Muchas veces la mejor manera de resistir las tentaciones es huir de ellas, no probar si somos suficientemente fuertes. Debemos ser sinceros y reconocer ambos, nuestra debilidad y el poder de Dios.

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